Para no variar las costumbres, esta entrada está basada en un artículo publicado en la prensa. Nuevamente se trata de El País:
El artículo trata de un fraude a gran escala detectado en Alemania, donde 150 granjas comercializaban huevos “biológicos”, cuando en realidad no lo eran.
Entrecomillo el “biológicos” por dos razones. La primera es porque el adjetivo en sí no significa gran cosa. Todos los huevos del mundo son biológicos y orgánicos (bueno, todos menos los de zurzir calcetines). La segunda razón es que ese término (y otros similares) tienen significados precisos dictados por ley. Leyes que dependen de cada país; aunque en la UE hay una normativa común.
En este caso parece ser que la normativa incluye el hecho de que las gallinas tienen que criarse al aire libre, fuera de jaulas. En Estados Unidos eso se llama “free range chicken” (“pollos a su rollo” en traducción libre), que es una etiqueta distinta al “organic” que usan para otras cosas. Tiene lógica no mezclarlos porque los objetivos son muy diferentes: En el caso de los alimentos orgánicos la idea es, supuestamente, ofrecer productos libres de ciertos productos y disminuir la contaminación (en un sentido muy amplio). Por otro lado, el que las gallinas se crien al aire libre es, más bien, un asunto de ética.
El artículo empieza hablando de que los alimentos orgánicos son un negocio en expansión en todo el mundo. Que son un negocio en expansión está claro, lo de que lo es en todo el mundo probablemente también: los países pobres como productores y los ricos como consumidores. De hecho:
También en España —más en la elaboración que en el consumo—, que ha pasado de contar 346 productores en 1991 a 32.200 en 2011, y que se sitúa ya como el primer país productor de la Unión Europea. Naranjas, aceite de oliva, queso o vino desarrollados bajo unos estándares muy estrictos en cuanto al uso de pesticidas antibióticos (en el caso de los animales) o métodos de cría.
También es cierto que los estándares son estrcitos. Pero no hay que pensar que el hecho de que sean estrictos implica que son buenos. Los estándares de agricultura ecológica especifican, por ejemplo, el tipo de pesticidas y abonos que pueden usarse. No hay muchas razones científicas u objetivas para preferir los aceptados a los prohibidos y sí muchas para usar los prohibidos.
Es decir, los políticos han creado una situación artificial en la que los agricultores pueden ganar más dinero si aceptan una serie de imposiciones que hacen que su producción sea menos eficiente, sin que los productos sean más nutritivos, saludables o diferentes en cualquier forma de los obtenidos por técnicas tradicionales. Las condiciones son ideales para la estafa.
Por alguna razón, el redactor de El País cree necesario intervenir para calmar los ánimos, y tras decir que el fraude “a gran escala” afecta a 150 granjas, añade:
El caso —aunque se trata de algo puntual— ha levantado un gran revuelo en uno de los países que más agricultura biológica consume. Y si se revelan más infracciones, lamentan los productores europeos, el escándalo puede llegar a dañar gravemente la imagen de todo el sector.
“Puntual” viene de punto, así que siendo estrictos tendría que ser una única granja. En la práctica se puede ser flexible en su uso, pero no tanto como para abarcar 150. En cualquier caso, está claro que el principal miedo es la caída del negocio, más que cualquier otra consideración.
El artículo continúa hablando de la calidad de los productos orgánicos, biológicos o ecológicos, sin dar razones que justifiquen esa calidad. Nuevamente, insisto en que la estafa se descubrió yendo a las granjas y no por un análisis directo de calidad de los pollos.
El artículo sigue en su defensa del negocio afirmando que pese a lo sucedido en Alemania, la situación no puede ocurrir en España. Es difícil de creer, pero no voy a ser yo el que diga que los españoles no somos más fiables que los alemanes:
Lo digo yo
Los técnicos, explica Margarita Campos, presidenta de Intereco —la organización que agrupa a las autoridades públicas de control españolas—, revisan las instalaciones, las semillas, la tierra, los productos que se utilizan, que en el entorno no haya ninguna fuente de contaminación (cultivos transgénicos vecinos, por ejemplo) o, en las compañías ganaderas, que los animales están en condiciones óptimas de bienestar y que no reciben más que alimentos y tratamientos naturales.
[…]
En España, el control de todos esos elementos es constante; pero es cierto que siempre, y como en cualquier sector, puede haber algún pirata”, dice.
Más adelante añade:
La carne, los cereales o las aceitunas procedentes de explotaciones ecológicas españolas viajan a Alemania, Dinamarca, Italia o Suiza. Allí, encuentra a consumidores mucho más ávidos que los españoles por meter en sus cestas de la compra productos certificados. Tanto porque son más naturales —aunque no más nutritivos, como han indicado las últimas investigaciones— como porque su huella ecológica es menor.
Un punto al articulista por recordar que los productos certificados no son más nutritivos. Le faltó añadir que, en general, no saben mejor ni tampoco su huella ecológica es menor.
Pero aún queda eso de que son más naturales. Es una afirmación difícil de discutir, porque la propia definición de natural no es clara. Veamos que nos dice el DRAE, la acepción más cercana es:
3. adj. Hecho con verdad, sin artificio, mezcla ni composición alguna.
La definición del propio DRAE de artificio no nos da mucha infomación sobre lo que se quiere decir:
1. m. Arte, primor, ingenio o habilidad con que está hecho algo.
2. m. Predominio de la elaboración artística sobre la naturalidad.
3. m. artefacto (‖ máquina, aparato).
4. m. Disimulo, cautela, doblez.
Creo que el problema en este caso (como en muchos otros) es del DRAE. Su definición de naturaleza tampoco ayuda. Wordreference es mucho más claro:
f. Conjunto de todo lo que forma el universo en cuya creación no ha intervenido el hombre:
Esto se parece más a lo que yo entiendo por naturaleza. Podemos llamar natural a todo lo que está en la naturaleza, pero entonces nos encontramos con un problema. La mayoría de las cosas “naturales” no existen en la naturaleza.
Definiendo “natural”
No hay gallinas en la naturaleza.
Un gallo y un par de gallinas bankiva. Ancestros salvajes de la gallina doméstica.
Tampoco hay vacas, ni cerdos, ni muchos otros animales domésticos. La mayoría de ellos sólo pueden existir en granjas, con cuidados humanos y sin estar expuestos a depredadores. Esos animales necesitan del hombre para existir. No es sólo cuestión de que el hombre los haya seleccionado, es que no pueden vivir sin él.
Tampoco, como ya he dicho en otro sitio, existiría el maíz, las berzas ni, en fin, prácticamente ninguno de los productos vegetales que consumimos, sino fuera por la tecnología humana.
Pero no quiero sonar irrazonable. Quizás ocurre como con la distinción entre erótico y pornográfico: es difícil de explicar, pero si ves una foto sabes qué es. Quizás lo “natural” sea así, un concepto inasible y difícil de explicar. Al fin y al cabo está claro que un cocido de berzas es un producto natural mientras que una Pantera rosa (el pastelito) no lo es ¿no?
De hecho, si es natural, es porno
Mi impresión, sin embargo, es que no es así. Por no salirnos mucho del ámbito erótico-festivo, algunos nudistas se hacen llamar a sí mismos “naturistas”. La implicación es que el estado natural del ser humano es la desnudez.
Antropólogos como Marvin Harris, por el contrario, argumentan que no existe cultura humana en la que la desnudez total sea habitual. Existen diferencias culturales en cuanto qué se considera desnudez, claro está; pero existe un “acuerdo de mínimos” respecto a los órganos sexuales primarios.
Es más, dentro de los propios grupos naturistas no existe consenso entre qué es natural y qué no. Hace unos años me pasé por un foro nudista de Internet y recuerdo que existía una discusión sobre si defecar en el agua de la playa era algo permitido o no. La mayoría de los miembros (¡je!) parecía considerarlo una guarrada, pero había otros que afirmaban que era lo más natural del mundo. Yo, personalmente, creo que ambas cosas no son, en absoluto, contradictorias.
La energía atómica para mí y para miles de geólogos es algo totalmente natural. No sólo es la responsable última de que la corteza terrestre sea activa volcánicamente, sino que han existido reactores nucleares de fisión de forma natural (natural en el sentido estricto, es decir, antes de que existiese el hombre). El propio Sol, como todo el mundo sabe, funciona con energía nuclear.
Sin embargo tengo la impresión de que, para mucha gente, la energía nuclear es un ejemplo claro de artificialidad.
En otras palabras, la distinción entre natural y artificial es una diferencia totalmente convencional. Un adjetivo que dice mucho más de nosotros mismos que de la cosa a la que se le aplica. Cosas que ahora consideramos “naturales” no lo eran hace tiempo o no lo son hoy en día en otras culturas.
Mi propia definición de “natural” me dice que lo natural es que los agricultores hagan lo que han hecho desde tiempo inmemorial: usar los métodos más eficientes y aprovechar al máximo la tierra disponible. Cuando se inventó el arado con vertedera en el siglo XI quizás algunas voces clamaron que no era natural o que no se había comprobado fehacientemente su seguridad; pero afortunadamente, si las hubo, no tuvieron mucho efecto.
Dejemos las leyes para lo que son; para velar que los alimentos que compramos tengan una calidad mínima, que las empresas y agricultores no contaminan demasiado el medio ambiente o hacen sufrir innecesariamente a los animales. Pero no permitamos que los políticos decidan que cosas son “más naturales” o “más orgánicas”, eso son conceptos místicos y como tales deben estar fuera del alcance del estado.